barbarisimacuba
"Quien se levanta hoy con Cuba, se levanta para todos los tiempos" José Martí
jueves, 3 de junio de 2021
La escriba de Castro
jueves, 28 de enero de 2021
Romanza de enero
Te levantas y tienes que salir a la calle a cumplir con tu
función social, esa de mantener a los otros informados, de decir la verdad, de
andar a la “viva” porque los tiempos no creen en fantasmas, desde hace casi un
año un potente virus azota y mata, el país, como el mundo vive una crisis de la
economía y arrecia el infame bloqueo impuesto por un sistema que pierde
prestigio a diario.
Sales y te encuentras a mucha gente arriesgando el pellejo para
salvar la vida de otros que se contagiaron. Personas que tienen hijos, padres,
hermanos, parejas, amigos y vecinos y hace casi un año no los abrazan, no los
besan, hablan de lejos, solo pueden reunirse en familia cuando un día detrás
del otro trae la prueba negativa, y el asilamiento establecido por los
protocolos.
Cumples con las medidas de bioseguridad, las manos ásperas de
tantas soluciones alcohólicas, desinfectantes, los labios secos, detrás de la
mascarilla que pierde el color a causa del cloro, del sol, la sonrisa cubierta
y los ojos que lo miran todo: al que anda sin la debida protección a riesgo de
contagiar a sus semejantes, los que persisten en hacer colas, aglomerarse,
revender productos que son escasos, a la muchacha que patrulla el parque, a
quienes, a pesar de todo, escriben poesía.
Te vas a tomar el pulso a la vida, y allá en cualquier punto
cardinal del territorio donde vives aparece un jovencito, recién graduado de
ingeniero en la Universidad, que vive en una localidad distante, que amanece
embarrado de grasa y hollín porque hay que producir azúcar, esa que se exporta
para que entre un “dinerito” al país y se pueda comprar, haciendo malabares, la
medicina para un niño que espera en la sala de un hospital con la cabeza calva.
Piensas en que tienes a un hijo cerca que no sale de casa, que
estudia una carrera en la universidad y sueña con volver a las aulas con sus
amigos, compañeros, profesores, satisfacer la necesidad del conocimiento, el
otro a 100 kilómetros, sin la mínima idea de cuando puedas abrazarlo y compartir
con los nietos que crecen sin apenas conocerte.
Ahora mismo los hay en una sala de terapia intensiva arrugando el
seño porque la paciente asmática está crítica, y se entera que aunque bajó la
cifra de contagios por el mortal virus, un colega de 49 años perdió su vida,
valiosa, llena de proyectos, y te jode cuando te enteras que un grupito de
desalmados, inconscientes en pleno rebrote, fueron a protagonizar un
espectáculo y tratar de desestabilizar la institucionalidad en un estado de
derecho con una carta magna transformadora, y refrendada por una pila de
coterráneos.
Más tarde cuando tienes tiempo de echar una mirada a las redes
sociales, esas que inventaron los poderosos para manipular a los ingenuos, te
das cuenta que el show estaba preparado, ensayado y anunciado, que la Embajada
del país más poderoso (y ahora mismo desprestigiado) se “preocupa” por la
“violencia” contra unos “pacíficos” jóvenes…
No te queda de otra que volver al Maestro, el que nació hace 168
años; pero que escribió anoche para alertarnos: "Pero no augura, sino
certifica, el que observa cómo en los Estados Unidos, en vez de apretarse las
causas de unión, se aflojan; en vez de resolverse los problemas de la
humanidad, se reproducen; en vez de amalgamarse en la política nacional las
localidades, la dividen y la enconan"
martes, 22 de diciembre de 2020
Las dos Daysi
Una era mulata bien formada y con cabello casi lacio, el cual peinaba con esmero en un moño, o una cola adornada con hebillas o cintas, la otra blanca de ojos bien definidos y pestañas largas. Las dos siempre vestían elegantes y olían a perfume de rosas, usaban zapatos altos y adornaban su vestuario con aretes, argollas, collares y pulsas, algo que siempre quise imitar.
La Daysi maestra
de pre-escolar tocaba el piano como un ángel, nos enseñaba colores, figuras, a
rasgar papeles y a controlar los músculos para la futura escritura, mediante el
dibujo de círculos, óvalos o rectángulos, también salía por la puerta trasera
del aula, siempre limpia y ventilada, para contemplar al esposo jugar pelota en
el terrenito contiguo a la escuela Enrique Hart, en el Central España
Republicana.
Tenía ella dos
hijos, que eran casi contemporáneos a sus alumnos que se iniciaban en las
tareas escolares, solía cantarnos en las tardes aquellas piezas infantiles de
moda, las que más tarde me sirvieron para arropar a mis hijos.
A esta Daysi le
debo mis primeras letras, y le agradezco su paciencia ante una niña que llegó a
pre-escolar leyendo la lámina colgada en la puerta que mostraba a un flamante
gallo de pico dorado y cresta inmensa y un cartel que leí al instante de
sentarme en el pequeño pupitre “El gallo corre”.
Infinito cariño
por esta maestra, la primera, la de siempre, a quien vi a veces
sistemáticamente y otras no tanto, cuando crecí fuimos compañeras en una
comisión de industrias en el Poder Popular del municipio de Perico, y lloré
cuando supe de su partida, antes de tiempo de este mundo.
La otra Daysi, la
de cuarto grado, la directora de la escuela Tamara Bunker, cuando ya casi concluía
la enseñanza primaria, la que incentivaba la lectura no por casualidad, con
intención, la que hablaba de Martí con devoción, la que me acercó por primera
vez al Che Guevara como un ser humano y un guerrillero, ese que lamento no
haber visto nunca, y con el que sueño todos los días.
Esta Daysi me
empujó al periodismo, elogiaba aquellas composiciones que redactaba de un tirón
y que después supe que eran crónicas, claro, escritas por una niña en cuarto, quinto o sexto grado, textos que
describían la molienda del central o un paseo a Viñales, los mogotes y las
multicolores orquídeas de Soroa, entonces en Pinar del Río.
Ella recomendaba
libros, narraba historias y hablaba con voz de trueno cuando algún muchacho del
aula hacía travesuras; pero estaba siempre atenta a los detalles, la
ortografía, contaba la historia y sus pasajes apasionada e instaba a investigar
para aprender, en aquellos tiempos no habían computadoras y de puño y letra sus
alumnos entregaban las tareas, muchas iban al mural del aula y nos sentíamos felices
porque “la maestra” sabía reconocer a quienes se esmeraban.
También tuvo dos
hijos, y un día la vi partir hacia otro sitio, lejos, nunca más la he visto,
solo y gracias a las redes sociales mantenemos el vínculo, el que no puede fragmentar
ni la distancia, ni el tiempo, dice que siempre fui su “niña” y le agradezco.
Claro que tuve
otros maestros y maestras, buenos, inteligentes, que complementaron
conocimientos. Los de la universidad dejaron también rastros en sus libros o
conferencias que todavía consulto para llevar a mis alumnos lo que aprendí por
voluntad propia, pues nadie me obligó a ser periodista.
Pero las dos
Daysi siguen conduciendo mi destino, junto a mi madre, la maestra mayor que he
tenido.
jueves, 19 de noviembre de 2020
En homenaje a Tania la Guerrillera en sus 87 años
Es algo que escribí hace tiempo. Breve como su vida, intenso como su amor por América toda. Para no dejar que muera su ejemplo. Mujer de arrojo y esperanza. Tania, Tamara, Laura, múltiples rostros en una vida que todavía desanda la selva...
sábado, 11 de enero de 2020
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