miércoles, 23 de marzo de 2016

Acto de Fe, señor Barack Obama




  Yo germinaba en el vientre de mi madre en la madrugada del lunes 17 de abril de 1961 cuando la Brigada 2506, organizada y financiada por una de las agencias de Inteligencia más poderosas del mundo (la CIA de Estados Unidos) desembarcaba sigilosamente por la costa Sur de Cuba con el propósito de ocupar una “cabeza de playa”, y solicitar la intervención norteamericana.
  En el mes de diciembre de ese propio año, cuatro días antes de que el Comandante en Jefe Fidel Castro anunciara a Cuba primer país libre de analfabetismo, nací en el hospital de la maternidad de la barriada de Versalles, en la occidental ciudad de Matanzas.
 Soy hija de las escaseces, del racionamiento impuesto para adquirir los alimentos, idea del Che Guevara para repartir lo poco entre muchos, cuando los blúmeres no aparecían en las tiendas y mi padre cambiaba zapatos y ropa usada por media tonelada de malanga.
 Crecí sin mis abuelos maternos, se fueron de la Isla detrás de mis dos tías que prefirieron echar su suerte en el Norte, nunca me dijeron los motivos por los que decidieron partir, tal vez no soportaron repetir los mismos vestidos o se cansaron de comer lentejas en la década de los años 60 del siglo XX.
 Conocí a The Beatles gracias a un viejo tocadiscos que existía en casa y que mi hermano y sus amigos escuchaban clandestinamente, mientras hacían una rueda sentados en el suelo de la sala y jugando Monopolio, igual me fascinó la voz, casi desgarrada, de Silvio Rodríguez con la Era está pariendo un corazón.
  Bailé el vals de los 15 de algunas amigas, vestida con pantalón de mezclilla adaptado a mi fisionomía, una blusa de mi madre llevada a mis medidas y unos tenis “cambolos” (de tela gruesa y suela de goma) que darían verdadera envidia a los mejores Converses de estos tiempos.
Mi único hermano partió de Cuba un día de mayo de 1980 por el puerto cubano del Mariel, lo volví a ver en el año 2001 cuando mis/nuestros padres habían partido de este mundo sin despedirse. Eduqué a mis hijos con los valores de la honestidad, solidaridad y patriotismo, porque no concibo a un ser humano cabal que no ame la tierra donde puso por primera vez sus pies.
 Me hice periodista para decir la verdad. No soporto que me manipulen y mucho menos que me digan mentiras o traten de darme golpes suaves.
 Aplaudí el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos; lloré cuando Los Cinco, esos hombres que se convirtieron en hermanos y eran tema común de conversación entre familias y amigos, se abrazaron a Raúl Castro, vestido de verde, y cuando cantaron junto a Silvio el mejor Necio del mundo.
 No pensé estar viva y ver caminar al presidente de los Estados Unidos por la Habana Vieja y mucho menos escucharlo en un discurso y hablar de soberanía, esperanza, unidad de la familia, y sobre todo, casi que convidad a borrar la memoria, a olvidar nuestra historia, esa construida con sangre noble.
 Obama no se disculpó con los cubanos por los daños humanos y materiales provocados por más de 50 años de bloqueo. Ni por esa ley que da privilegios a los de la Isla que llegan con los pies secos tentados por los cantos del consumismo. El señor presidente no pidió perdón a Ivette, la hija de René González que creció sin su padre, ni a Gema, la de Gerardo y Adriana porque casi no pueden procrearla. No se excusó con Nemesia, la niña que vio a su madre por dentro, víctima del bombardeo de la aviación en aquel abril de Playa Girón, ni con los familiares de los mártires del avión de Barbados.
 Vivo en la ciudad que vio nacer a Conrado Benítez, un joven negro y maestro, asesinado por bandas contrarrevolucionarias pagadas por el gobierno de Estados Unidos, en la ciudad desde donde partió José María Heredia al destierro, en la ciudad dónde se bordó la bandera cubana, en la ciudad donde nació Bonifacio Byrne, que desde tiempos memorables dijo que “no deben flotar dos banderas, donde basta con una…”
 Al concluir el discurso bien elaborado, coherente, atinado e inteligente, en el cual puso sus esperanzas en los jóvenes, y aseguró confiar en el pueblo cubano, Obama partió hacia la Embajada de su país en La Habana, y estrenó sonrisas y apretones de manos con los llamados “disidentes” o “sociedad civil independiente”, que no es otra que un grupo de personas asalariadas con los millones que el gobierno estadounidense dedica para subvertir el orden interno de Cuba.
 Yo, hija de las escaseces derivadas del bloqueo, de la libreta de abastecimiento y Guevariana hasta la médula, no creo en Obama…